domingo, 26 de noviembre de 2017

Un bar en el centro...


Soñé que había un bar en el centro que cambiaba de dirección cada día, (ojo, el que era atento siempre hallaba el modo de encontrarlo) había siempre un perro orejón en la esquina de alguna de las calles en las que iba a aparecer el bar, al empezar a caminar sobre esa calle se tenía que ubicar primero a una mujer de cabello rojo que siempre caminaba en sentido contrario a dónde iba a aparecer, además de que nunca te daba la cara, luego había que ubicar a un indigente, que siempre era distinto, este individuo era al que le tenias que preguntar la contraseña con un amable "¿que tal se encuentra hoy?" 
-COBARDE, MEZQUINO, BANDIDO, LEPROSO, TIFOSO.- gritaba el homeless y se iba.

Entonces había que empezar a fijarse en la numeración de la calle, cuando los números se hacían dispares y faltaba uno, debías detenerte ahí, cerrar los ojos y pensar

-coño, que sed tengo madre mía, me vendría bien algún trago.-  y de pronto frente a tus ojos aparecía una puerta negra, pesada y de metal, 3 toquidos, dabas la contraseña y te dejaban pasar.

Adentro el escenario era siempre diferente, el bar podría estar atrapado en los 80's, con bola disco y todo, o bien podría estar en los 50's y oírse música Rockabilly, copetes altos, chamarras de cuero. Lo maravilloso es que cuando uno entraba automáticamente estabas caracterizado a la época, a mí me gustaba que me tocaran décadas como los 60's. Aunque la verdad mi favorito era  aparecer en los días de punk de los 80's... Porque básicamente me dejaban vestido igual.

En fin. En el bar siempre había mucha gente, bien podrías irte al fondo, dónde no había bocinas ni tanta luz y poder tener conversaciones bastante agradables. O bien podrías sentarte con los tristes en la barra, había una gran pista para bailar, un traga monedas para poner música y te sentadas ahí a beber hasta que no recordabas quién eras y que hacías ahí.

A veces había promoción de cosas, bebidas más baratas, un cartel gigantesco que decía "2x1" aparecía de cuando en cuando; 2x1's que resultaba ser que el tiempo total que gastabas en el bar, al salir se reducía a la mitad, lo cuál te dejaba ahogado de pedo y a buena hora para volver a casa.

Un día en el sueño, salí del trabajo hastiado de todo. Busqué el bar y al entrar se sentía más sombrío que de costumbre. Me senté en la barra y escuché a alguien pedirle al bartender "Necesito olvidar" a lo cuál hábilmente respondió con una bebida en una copa alta que echaba humo. El tipo se la bebió y su cara se desdibujó en una especie de mueca sin expresión, viendo a la nada.

-Necesito algo que me eleve. -  le dije al vato en tono de burla cuando se acercó a mí. Saco unas 12 botellitas realmente muy pequeñas y empezó a poner minúsculas cantidades de ellas en una onzera. Cuando estuvo llena la vació en una mezcladora y le puso mucho hielo. Me lo sirvió con alguna clase de jugo en un vaso alto con agitador. Me lo bebí despacio y mientras daba cada trago más reconfortado me sentía, mi cabeza estaba más ligera, mis ideas fluían más rápido, un calorcito me empezó a crecer en el pecho y sentía a mis pensamientos flotar en mi cabeza, al alcance de la mano.

Cuando salí del bar era bastante tarde, no recuerdo como llegué a mi casa, ni que hice en el camino. Pero desperté sintiéndome completamente renovado, nada crudo y bastante lúcido en general.

Ese mismo día volví y mis peticiones empezaron a volverse cada vez más específicas "necesito suerte, necesito ayuda, necesito saber si hay alguna forma diferente de hacer tal o cuál, necesito paciencia, necesito amor, necesito lucidez,  necesito palancas, necesito poder, necesito sabiduría, necesito paz, necesito valor..."

De a poco fui dándome cuenta de que pasaba cada vez más y más tiempo adentro que afuera (cosa que no era evidente porque el tiempo se reducía cada vez más afuera,  como un logaritmo creciente que siempre dividia a la mitad) pasaba horas, días enteros adentro y afuera apenas pasaban minutos, segundos.

El éxito, la fama, la familia, una esposa guapetona de adorno, un condominio grande, un rancho lleno de cabezas de ganado, extensiones cada vez más grandes de tierra, lujos, motocicletas, autos deportivos, trenes de vapor... 

Todo empezó a saberme sin sabor porque en todo había recibido ayuda de las bebidas.

Me costaba cada vez más trabajo estar afuera, medianamente sobrio, sin todas aquellas personas que vivían en ese bar conmigo. En la barra había un espejo y a  todos se nos veía perder de a poco el brillo de los ojos.

Nos estábamos convirtiendo en zombies indolentes, en cáscaras de algo que alguna vez fue puro, bello, bueno.

Un día de aquellos entré.

Había logrado todo lo que quise en la vida, eso y más.

Y no era suficiente.

-Quiero despertar.- le dije al cantinero.  Él se rió con cierta sorna y me preparó un café. Cuando le di el primer trago, todo comenzó a volverse borroso, las caras se me desdibujaban y el espejo del fondo de la barra empezó a brillar.

Abrí los ojos y finalmente desperté.

Despierto.

Aquí, en esta realidad.

Sin rancho, sin esposa guapetona, sin dinero, fama, lujos o trenes de vapor. Pero sintiéndome increíblemente lúcido y tranquilo.

¿Que depara el destino? No lo sé.

Mientras, continuaré bebiendo, anhelando en cada trago un giro mayúsculo en la historia.

Confiando en que, tarde o temprano (siempre más temprano que tarde) todo llega a su lugar.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Toxiamor



-Entonces, ¿qué es, Borjo? ¿Cuál es el patrón que haz notado?-
La miré a los ojos, tosí. -Me gustan como la inercia inespecífica con la que se gustan los polos magnéticos opuestos. Las locas, definitivamente. Pero no en el mal sentido, tomando a la locura como algo potencialmente sublime. No lo sé. Éramos parecidos, pero completamente diferentes, ¿me entiendes?. Es un choque, algo que te parte el alma y te la divide, al mismo tiempo todo se complementa. Uno cuando menos lo espera está unido a una dialéctica entre el agua y el fuego. No existe la necesidad de nada más. Los silencios son espacios de contemplación y de disgregación. Hay choques si… nada es en realidad perfecto, pero existe un equilibrio, una inflexión en el caos, un punto estático en la vorágine del paralelismo de compartir lo que eres.- 
-Eres un romántico wey, y hay cosas del amor romántico que son altamente tóxicas. Borjo, el amor es una decisión diaria. Nadie se “complementa” porque todos estamos completos. Piensa que ella es una casa y tú eres una casa wey, y se acercan y entre los dos crean un jardín que comparten. -...
Me imaginé el jardín y me quedé pensando qué clase de cosas crecerían en ese jardín, definitivamente habría que plantar muchos árboles frutales y plantas medicinales, algo que atrajera a la fauna, poder ver pájaros, luciérnagas y de noche salir a contemplar las estrellas, maravillados en nuestra insignificante consciencia.

Me salí a la calle, encendí un cigarro y comencé a caminar hacia ningún lado. 
Así es que solía salir a buscar respuestas en la noche, echando humo hasta por las orejas, fumándome las dudas y rumiando las respuestas que gradualmente aparecen tiradas en la calle en algún momento de la caminata. Ese era mi mecanismo en el tiempo de crisis, vagar, huir, correr... me daba pena ser muy vago, pero me sentía muy pinche orgulloso de ser un vago consciente, o al menos pretenderlo. 
Recordé algo de lo que me acababa de decir ella. 
-Tienes mecanismos muy específicos, Borjo, expectativas muy raras de como quieres que te quieran, igual que todos nosotros, pero tú estás más raro.- 
Era verdad, otra de las verdades también era que no era consciente de mis conductas extrañas. Vivía medianamente alienado, siempre ignoraba cosas que eran obvias para los demás, pero también sabía muchas cosas que cuando en alguna plática salían a flotar dejaban quizá perplejos, quizá sorprendidos o incómodos a algunos. Tenía ese don de ver el punto negro en la pared aparentemente más blanca. 
Recordé algo que no supe si había imaginado o leído en algún lado. Era un argumento como "Bueno, creo que he estado enamorado siempre a lo largo de mi vida, desde que tengo memoria, siempre. Pero, desde luego, el pretexto o el tema no ha sido el mismo; han sido, bueno, digamos, diversas mujeres, y cada una de ellas era la única. y es como debe ser, ¿no?"... Y ya, fin de la historia.
Mi búsqueda de conclusiones siempre era un proceso semi estocástico y a veces simplemente se me pasaba la aleatoriedad y terminaba regresando años atrás cuando caminaba por esas mismas calles agarrado de la mano de las gato o de Carmen o de Gabo o de cualquiera de ellas. Y me embriagaba en esos momentos de dicha, tanto que se me olvidaba momentáneamente que tenía que haber doblado dos cuadras atrás para salir más cerca del metro, así que abandonaba esa idea y buscaba otra ruta a ningún lado. Y me atormentaba que a veces me pasaba eso, que me era más fácil pensar que ser.
Me detuve en la esquina e hice fuego de nuevo, más humo para activar el metabolismo cognitivo. ¿En cuantas pipas cabrán todos los miedos y malos recuerdos? 
No hay lata de tabaco que no se acabe, -Justo como la vida.- Dije en voz alta. Me reí y seguí avanzando. *Avanza perro, avanza. Hay algo que entender de toda la situación* pensé en una morra que me gustaba y con la que había salido. Una mueca de labios lateral se me escapó. Recientemente había empezado a querer renunciar al control de todo. Decía medio en juego que nada en la existencia tenía sentido y que todos íbamos a morir. Dentro de mí una pequeña parte empezaba a creer que era verdad, que en realidad no todo era esa vorágine caótica en la que me sentía inmiscuido, si no una penosa necesidad de ser ya escrita y establecida como parte de un plan mayúsculo escrito por manos más hábiles y mentes más inteligentes que la mía.
Pero bueno, estaba pensando en la morra. -Algo me dice que ya es medio tarde, se enfrío la pizza, carnal, más valdría la pena concentrarse en otra cosa, no perder el tiempo.- Volví a decir en voz alta. Saqué más bocanadas de humo. Pensé en el tipo del bar que intentaba ligarse a todas las morras, una proeza ambiciosa, considerando que tenía el culo conectado a la boca. *más vales chairo y maricón que macho y pendejón, no lo olvides* ... me quedé suspendido en las luces del semáforo de la esquina, y chequé la hora, las cinco y cuarto de la mañana. -DEMASIADO TARDE SIEMPRE.- dije mientras se me nublaron los cielos de la felicidad, el monito del semáforo empezó a caminar así que retomé el paso.

Me acordé de algo que me había dicho ella. - No eres malo ni estás loco, wey. Todos tenemos una antena que capta la realidad y la reproduce en nuestro interior. La tuya tal vez capta más... no sé como explicarlo. Es como si tuviéramos el volumen interno de las emociones más alto que el de los demás.- *La felicidad debe ser otra cosa. No estos momentos de aislada soledad. No estos sube y bajas de emociones. No este gradual desvanecimiento de la sonrisa, no estos laberintos de emociones y contradicciones.* sacudí la cabeza y sentí mi cerebro suspendido en líquido como una abominación contra natura, una gelatina de células, algo apenas más firme que una mierda ligeramente sólida y sin embargo allí estaba, haciéndome matar por las hormigas rojas y también por las hormigas negras. Quise sentarme pero sabía que no había ceso a la hora de la fuga, sobre todo a esa deliberada hora, en ese deliberado estado con toda la deliberada intención de valer verga. Mejor no, mejor seguirle cómo siempre.

Mientras caminaba se acabó la pipa, soplé hacía afuera toda la ceniza y me la guardé en el bolsillo de la chamarra. Una ráfaga helada de viento me recordó que si aún podía sentir el dolor cortante del frío en las orejas, podía sentir lo que quisiera. Tuve un pequeño flashback de un momento reciente y que todavía no acababa de entender. Como un doble deja vú, me sentí súbitamente invadido por una calidez en el pecho, volteé hacia los lados y hacia atrás, al no ver a nadie me di el lujo de caminar unos seis pasos con los ojos cerrados.
Uno, notó que cuando buscaba sus ojos ellos también buscaban los suyos. Recordó algo que decía que hay miradas que no son tuyas, pero te pertenecen.
Dos, hay una sonrisa que tampoco es suya, pero que lo ilumina cuando parece que amanece en el cielo de esos pequeños labios
Tres, bailan los pies como si no fueren los suyos, el enorme rinoceronte, sus manos se tocan, sus ojos se cruzan y los cuerpos se acercan, nacen en la cuna del movimiento muchas risas espontáneas
Cuatro, de la gravedad de su voz y de la suavidad de la suya surgen espontaneidades que terminan por darles una familiaridad mutua extraña, una comodidad bilateral particular, una sensación de "Te conozco aunque nunca te había visto." fueron afuera.
Cinco, Besos, labios que se insuflan vida mutuamente, trozos de carne que se acarician como si no pasara otra cosa, como intentando fundir su materia, húmeda pelea de átomos, peces insolubles que juegan a amarse en un mar de saliva. Para cada acción hay una reacción de igual magnitud, pero en sentido opuesto. Entre los cíclopes de ojos y las caricias con la nariz surge un fuego que se quema sin llama. Que no se ve, pero consume. Y a su paso no destruye, es solamente el motor de una sensación. Algo que se expande en el pecho.
Seis, Movimientos de espejo, poros que se erizan al contacto con otros poros, manos que ansían memorizar las curvas de la carne, que calculan las pendientes sigmoideas de las que estamos hechos y las vuelven regresiones lineales en la memoria del ahora. El tiempo yace suspendido como un perro dormido al pie de la cama, los cuerpos juegan a ocupar deliberadamente el mismo espacio, sabiendo que ello solamente incrementará la entropía, calor de fricción refrigerado por sudor, saliva y amor. 
Sexo, el éxtasis líquido catalizado por el amanecer que se cuela por la ventana y que hace que la imagen del otro se les meta por los ojos y les llegue tal vez a las tripas, tal vez al corazón. Las mitades se acercan y se alejan en un rítmico y delicioso hipnotismo que hace que el corazón palpite fuerte y que el alma quiera escaparse por la boca en forma de gemidos, de gruñidos, de suspiros y en los momentos en los que el aliento se ausenta se siente como estar adentro de una bolsa, como una pequeña muerte, que arranca al ser de dónde está y lo catapulta al paraíso, mientras su cuerpo está aún ahí, encima de otro cuerpo. Es un momento de profunda paz en medio de la guerra. De santidad en el pecado, una conexión a lo intangible, un pequeño fruto que cae del árbol del placer. 
Al final del encuentro ha cesado el hambre de desearse y ha nacido el hambre de querer más de aquel nectar invisible que tan dulce sabor de boca les ha dejado.
Abrí los ojos.
Cuando regresé a la realidad de la calle estaba sonriendo sin darme cuenta, lo que si me di cuenta fue que aquella noche estuve metido en una dimensión en la que la esperanza era el elemento más abundante en la realidad. 
Se me ocurrió una frase que escribí en el celular 
"-Todo llega, todo termina y todo ocurre... Lo que es tuyo te espera, lo que no solo se va a ir...-" 
estaba prácticamente amaneciendo. Me di cuenta de que en realidad si estaba cambiando, de que por primera vez en mucho tiempo me lo estaba pasando muy cabrón, sin generar expectativas falsas de nada. Sin anclarme a los prejuicios, toxicidades convencionales e ilusiones de nadie, vaya, ni siquiera de mí mismo. 
Entendí o creí entender parcialmente los aspectos saludables de ese amor que tantas veces creí que estaba muerto porque me metía la mano al pecho y no sentía nada.
Mientras me encendía el último cigarro, amaneció. Me di cuenta de que en realidad ya no busco más expectativas rotas, solo espero que toleren mi ocasional vigilancia al abismo; mi locura, mis silencios y gruñidos. 
Que topen que a veces soy un bosque y es de noche 
Que un lobo puede ser un perro amigo si se le encuentra la vena de la confianza. Renacer no era este proceso casi místico de apertura y cambio absoluto de consciencia. Renacer era poder despertar otro día con unos ojos distintos. 
Seguí caminando y mis ojos se tragaron toda la luz del amanecer como si nunca hubieran visto uno antes. 

domingo, 18 de junio de 2017

Papá



Lo primero que recuerdo es estar tirado en la alfombra de la casa, desnudo, lleno de talco. Y a él de pie ahí, tomándome una foto que ahora vive en el álbum familiar. Me contaron que cuando nací, estaba él parado afuera de los cuneros y le preguntó a alguien. -¿Quién cree que es el niño más bonito?- -Ay, ese; el frentoncito.-dijeron señalándome -¿¡¿QUE PASÓ SEÑORA?!?! ¡NO CHINGUE!- bueno, me defendió de casi todo. Era cómo si para él yo estuviere hecho de vidrio. –No te subas a las changueras hijo, te vas a caer.- y no me dejó caerme casi nunca. Excepto aquella vez de casa de mi abuela, cuando me hice un doloroso cuerno verde en la frente. Aún así se la hizo de pedo a mi mamá porque había dejado que anduviera corriendo con mis primos. 

Que difícil debió haber sido padre tan chavalo, con tantas cosas por aprender y con tantas otras que vivir. Los días de reyes magos jugaba más él con mis juguetes que yo mismo. –No seas envidioso cabrón, préstamelo para verlo.-Luego no lo soltaba. Me gustaba irme a trabajar con él. Me metía en el cajoncito de atrás del vocho y me quedaba dormido horas, despertaba para comer con él. Para cotorrear. Siempre oíamos las mismas canciones una y otra vez, de la misma manera maniaca y obsesa en la que lo hago ahora yo. Fui aprendiendo cómo negociar. Sobre todo aprendí a trabajar sin parar.

- A tra- a tra- a traaaaabajaaaaar, con graaaan placeeeeer y muchas gaaanas, de trabajaaaaaarrr…. A tra- a tra- a trabajaaaaaaaar, con graaaan plaaceeeeer y muchas gaaaanas de trabajaaaaarr…- Me cantaba esa canción todos los días de camino a la escuela. Yo la odiaba. Los jueves iba por mí y por Bony a la salida, era día de sopa, ensalada de jitomate y bisteces. Yo amaba los jueves porque él hacía una sopa de puta madre y una ensalada de jitomate, sieeeempre con muchísimo limón. En la escuela me iba mal, sacaba 10 en los exámenes, pero 7 en la boleta, porque no llevaba tareas ni ponía atención en clase. Paradójicamente me la pasaba corrigiendo a los maestros. Cuando me preguntaban siempre sabía de lo que estaban hablando. Las llamadas de atención y los sellos de mala conducta eran una constante. Sé que fue difícil lidiar conmigo de niño. Era un loquillo. Lo mandaban llamar de la dirección frecuentemente. Fue por esa época que conocí al “psicólogo”. Con ello se refería a su cinturón marca GUESS, con signos de interrogación y todo. Me metía al baño y caía la cueriza en mis nalguitas y piernas. Yo no podía parar de llorar. Al final mi piel quedaba roja e hinchada y con los signos de interrogación marcados. –Es por tu bien.- Siempre me decía. Yo temblaba. También por esa época me ponía una colección enorme de videos de National Geographic. Siempre veíamos juntos el de los tiburones. –Los tiburones no son bestias asesinas, son animales mansos y depredadores formidables.- decía una experta en el video. Cuando yo volteaba a ver a mi papá, él ya estaba roncando. Tal vez mi papá fuera cómo un tiburón.

Papá me inculcó el amor por la naturaleza y los animales. Siempre veíamos juntos programa tras programa en el Discovery Channel. Empezó a nacer mi curiosidad científica. Me la pasaba haciéndole preguntas que sé que a veces él no sabía responder. Por ese tiempo ya quería ser paleontólogo (fiebre Jurasick Park) luego,biólogo marino. Tuvimos peces, tortugas. Me ensañaba a cuidar de ellos. También teníamos un rifle de diábolos en la casa, él ponía un clavo al extremo de la sala y desde la esquina del comedor le daba con el rifle. Yo me quedaba maravillado. Tenía pulso de revolucionario. Cuando en la escuela nos preguntaban que hacían nuestros padres yo decía que el mío trabajaba por su cuenta. Que era comerciante. <<¿Cómo comerciante?>> me preguntaban la maestra <<¿tiene un puesto, vende para una empresa?>> No, so estúpida (yo pensaba) -Él vende lo que quiere.- respondía yo.

Mi mamá me inculcó desde pequeño el amor por la literatura, me leía todas las noches cuentos que yo ya me sabía de memoria, pero siempre los volvía a pedir. Me gustaba particularmente uno, que hablaba de una tarta parlanchina y su amigo el cerdo, un día la pobre tarta está a la orilla de un río y le pide al cerdo que la cruce en su hociquito, porque de tocar el agua ella se despedazaría. El cerdo la ponía sobre su hocico y a la mitad del río se la comía. Era trágico pero muy gracioso.

El día que nació mi hermana Ximena, papá se quedó en la noche conmigo en la casa, le pedí que me leyera un cuento y eligió uno muy corto, que hablaba de unos cangrejos, es más, ni siquiera era un cuento, era una especie de poema idiota, de una página de extensión, a mí me encantaban las historias largas. Me lo leyó muy rápido y me dijo – Ya duérmete.- me quedé acostado con una mueca en la cara.
Definitivamente mi mamá era mejor para eso.

Alguna vez pensó que sería bueno que tuviera una responsabilidad y decidió que estaba listo para hacerme cargo de un perro. Visitamos varios criaderos de Beagles, a mí me encantaban, pero nunca hubo uno que me convenciera del todo.
Lo vi hablar por teléfono una noche, muy misterioso. –Ya váyanse a dormir.- Nos ordenó a Ximena y a mí. Lo escuché llegar en la madrugada con algo que se movía adentro de una caja. Al otro día fui el primero en levantarme, bajé corriendo las escaleras, abrí la caja que tenía varios hoyitos y ahí estaba el cachorro de Beagle más hermoso que ha visto la faz de la tierra. Era bicolor, monoorquídeo (es decir sólo tenía un huevo) miel con blanco, el hociquito cuadrado, los ojos tristes y ese ladrido particular que sólo tienen los Beagles. Fue muy claro para Ximena (mi hermana) y para mí que el cachorro debería llamarse Bingo. 
-¿Qué pacho?- dijo mi papá fingiendo sorpresa cuando vimos al perro. -¿Quién te lo compró?- Yo sabía que había sido él. Esa mañana no importó que me cantara esa canción odiosa de camino a la escuela, ni que se había hecho tarde como siempre y que iba mentando madres y enojado. 
Ximena y yo éramos los niños más felices del mundo.

Aarón siempre fue exigente. Y yo tenía la mala fortuna de llamarme cómo él. Me decía a gritos que no debía decir mentiras. Luego descolgaba el teléfono para hablar con algún cliente y le decía –Me dijo el niño que me marcaste.- Yo no le había dicho tal cosa. Me quedaba confundido. 
Tuve un problema con mis esfínteres por ese entonces, iba a la escuela y en las clases sentía unas terribles ganas de cagar, cagar enserio. Pero iba al baño y no podía. Entonces me aguantaba hasta dónde podía, finalmente llegó a ganarme un par de veces. Bueno, tuve varias citas con el “psicólogo” por ese motivo. La escuela seguía siendo un desmadre. Pero al menos ya estaba más controlado. Un día del niño le mandaron llamar de la dirección, el mismo cuento de siempre. Aarón (hijo) es platicador, no pone atención en las clases, se acuesta en el piso, distrae a sus
compañeros, reta a los maestros, no hace tareas, es un niño brillante, pero no sabemos que hacer con él, bla bla bla bla bla… 
Ese día me llevé una regañiza buena de parte de Aarón (papá). Después de eso me entregó un teclado, era un
mini-piano marca CASIO, al que se le encendían las teclas para que tú siguieras la melodía y aprendieras música. Era cómo un mini sintetizador, tenía muchos sonidos. Yo lo recibí con algo de culpa, jugué un poco con él y decidí 
autocastigarme alzándolo, no disfrutándolo del todo, pues después de todo yo era un niño latoso, según la escuela.

Días después papá me compró un papalote con Bugs Bunny y el pato Lucas impreso en él. Compró además un carrete cómo de 10 kilómetros de hilo cáñamo. Comenzó a volarlo y cuando estuvo taaaan alto que apenas podíamos verlo me
entregó el carrete en la mano. 
–No lo jales mucho porque se puede caer.- inmediatamente sentí el tirón del viento en mi mano. El papalote estuvo volando bien los primeros 5 minutos, luego vinieron los problemas, empezó a girar sin control en el aire, mi papá se reía cómo un histérico y brincaba a mi alrededor mientras me decía que lo nivelara. Yo jalé y jalé el hilo. Dio un giro súbito y empezó a caer vertiginosa y peligrosamente hacía unos cables de alta tensión. Me arrebató el carrete de la mano y empezó a correr con todas sus fuerzas hacía el lado contrario. El papalote respondió y comenzó a elevarse de a poquito otra vez. Ambos reímos cómo locos y lo volamos toda la tarde. Fue un gran día.

El boom mayúsculo llegó en la secundaria; la pubertad, sentirse incomprendido, los barros, a las niñas les empiezan a salir chichis y uno no sabe si es un pervertido por estar erecto en clase de matemáticas. Yo ya era prácticamente de su tamaño y estaba lleno de furia. Escuchaba a Korn, Metallica, Pantera, Rammstein. Era un rebelde, me gustaban los cráneos y soñaba siempre con irme de mi casa. Una boleta con dos pares de seises, eso era la fatalidad y yo lo sabía. Llegó en la noche y empezó la cagotiza. Sólo hay pocas cosas que recuerdo y entre ellas hubo una particular. 
Mi viejo me dijo 
– Te quiero y porque te quiero voy a hacerte un hombre de bien, me vale madres si me odias o si no me hablas el resto de tu puta vida, de mi parte corre que te vayas derecho por la vida.- Y bueno,hasta ahora parece que lo ha logrado. 

Todos los días me levanto y me veo al espejo y lo veo a él, lo escucho en mi voz que es igualita a la suya y mi nariz y mis ganas de trabajar. Soy bueno con las matemáticas por él, soy hábil y hablo y hablo cómo un mercachinfle por él. Sé que tengo poder de convencimiento por él. Hasta me siento cómo él cuando hago una rabieta, cuando me pongo verde, me esponjo y ensancho la espalda, vaya, hasta me muerdo la puta lengua cómo él. Ronco igual que él y de pronto me da por reírme sólo cómo loco igual que él. 

No sé, pero lo que si sé es que sin mi viejo tal vez no sería nadie. Vaya, un cinturonazo de más o de menos y tal vez habría dejado la escuela, o tal vez tendría un premio nobel. Nadie sabe cómo ser un gran padre, pero si de algo estoy seguro es que él ha sido justo el padre que yo necesité y necesitaré siempre. Ojalá me viva mi viejo mil años más, para seguir yendo juntos al hipódromo, para seguir oyéndolo en las mañanas gritándole a mi mamá que lo va a atacar el gato. Para seguir queriéndolo cada día más y hacerlo sentir orgulloso de que crió a un buen hombre. Para parecerme y para ser cada día más diferente a él

lunes, 1 de mayo de 2017

Obsesivos días circulares


Obsesivos días circulares.

Yo sabía que sería un día extraño aquel, pero vaya, tenía cientos de días extraños por ese entonces. Me despertaba a veces en medio de la calle sin recordar qué hacía o de dónde venía. Caleb me tomó del hombro y me preguntó si estaba listo.
-¿Listo para qué?-
-Para el sacrificio, para redimir los pecados de todos los hombres, para salvar al planeta, para salvarte de las garras de la mala vida.-
Empezamos un conteo lento.
Diez… Nueve… Ocho…Siete…

Conocí a Caleb una noche cuando caminaba solo por la calle y un terrible sueño me asaltó súbitamente. Atardecía en anaranjado y hacía un poco de frío. Me froté las manos para calentarlas un poco. Banqueta, asfalto, perros y personas. Un chicle se me había quedado pegado en el zapato. Buscaba los ojos de la gente, pero nadie parecía mirarme. Seguí caminando y pensé que debería buscar un lugar para pasar la noche. Tenía la ropa un poco sucia, pero eso no parecía ser un problema. Encendí el enésimo cigarro. ¿A dónde iba? A ninguna parte.

Alquilé un cuarto en un motelucho de mala muerte por $150. Se llamaba “Motel Chihuahua”. Las paredes de los pasillos eran de unos horribles mosaicos verde-agua y parecían estar embarradas esporádicamente de un líquido marrón y espeso. Cuando llegué a mi cuarto, metí la llave y la giré lentamente. En la cama estaba sentado él, dándome la espalda, viendo hacía la ventana. Al principio creí que mis ojos me estaban engañando y los froté un poco. El hombre parecía llevarse algo a la boca; en el momento en el que el objeto tocó su boca tuve un terrible escalofrío. Era un revolver calibre 45 con balas expansivas. Lo supe porque Caleb lo sabía. Accionó el gatillo y el sonido del disparo llenó todo el espacio. – ¡NOOOOOOOO! - Grité yo. Y lo vi caer de lado en la cama.

Sin embargo, unos segundos después, él se había puesto de pie y me miraba; yo estaba petrificado en el suelo. Se dirigió a mí amablemente
– Buenas noches. Parece ser que nos dieron la misma habitación. Mi nombre es Caleb, lamento haberte asustado.-

Salimos del hotel mientras me explicaba todo lo que estaba pasando: Era un inmortal y había estado viviendo quién sabe cuántos siglos. Caleb tenía un poco de sangre seca en los labios, algunas cortadas en la cara, la barba crecida y desaliñada; sus ojos eran más bien tristones, de ojeroso y taciturno mapache, estaban llenos de soledad y vacío, como hoyos negros que se absorben a sí mismos.

Me contó que llevaba años vagando de un lugar a otro del mundo, desesperado porque jamás se había sentido en casa.
– Yo tampoco tengo una casa, sé cómo te sientes– le dije. Me sonrió y me invitó a comer.
–He de confesarte que, un inmortal jamás crea lazos con la gente. Hace mucho tiempo que no hablo con alguien, así que lo mejor sería que no hables más de mí con nadie. Ahórrate las preguntas.- me dijo mientras cenábamos. Yo estuve de acuerdo. Acabamos de cenar y regresamos a dormir.

Desperté en una banca de parque con un helado de chocolate en la mano. Habían pasado ya varios días desde que encontré a Caleb y en nuestros paseos y dilucidaciones nocturnas yo había intentado convencerlo, argumentando los viejos discursos de que la inmortalidad conlleva también grandes ventajas, como primordialmente, no morir; cosa a la que los mortales nos perseguía cada día de nuestras vidas. Luego también el hecho de poder acumular de todo: experiencias, riqueza, fama y fortuna.  

Él se había deshecho de argumentos como el mío con una lógica profunda y razonada durante siglos, y como un incendio en el bosque, todo se redujo a cenizas, barrido hasta el drenaje. – Bueno, tal vez no lo has intentado lo suficiente.- Le dije en aquella banca de parque, mientras nos deleitábamos con el chocolate.

Concluimos que yo lo ayudaría a lograr su misión. De una manera u otra. –He probado las balas, enfrentarme a muchedumbres, meterme en guerras, caminar por el fuego, enterrarme hasta la asfixia. Nada he logrado.- A mí se me ocurrió una idea brillante, me levanté de la banca y le dije que me siguiera.

Desperté otra vez en la azotea de un edificio, un viento agradable acariciaba las copas de los árboles cercanos. Caleb y yo encendimos un cigarro y lo compartimos. Un avión pasó sobre nuestras cabezas - ¿Qué se sentirá volar?- Me preguntó él con un poco de malicia en los ojos; supe inmediatamente lo que estaba pensando.

Nos acercamos al borde del edificio, no era tan alto, apenas una caída de unos cinco pisos; sentí un poco de vértigo al ver hacia abajo. Caleb me habló de la libertad que debían sentir las aves al extender sus alas, dejando que el viento las llevara a cualquier parte. Me contó la historia de una gaviota llamada Juan Salvador, quien a través de desarrollar el vuelo perfecto, trascendió a un mundo de gaviotas doradas que volaban entre 800 y 1000 Km por hora. En la historia, Juan Salvador gaviota aprendía todo de estos seres y luego regresaba a su mundo a enseñar a gaviotas rebeldes como él, a volar más cabrón. Comencé a levantar los brazos, sintiendo el aire rodeando mi torso y mis manos, mientras abajo algunos curiosos se empezaban a detener para mirarnos. Aquel era un día bastante extraño, como un Déjà vú perpetuo. Caleb me preguntó si estaba listo, << ¿He dormido últimamente? ¿Estoy dormido ahora mismo? >> pensé, le dije que sí y empezamos el conteo regresivo. -Diez… Nueve… Ocho… Siete…- Mi corazón latía con violencia. << “As you know, madness is like gravity...all it takes is a little push.>> entonces lo hice.

Me solté. Perdido en el olvido, silencioso, oscuro y completo. Encontré la libertad, perder la esperanza era la libertad. Escuché aullar una ambulancia, << Mientras más bajo cayera, más alto volaría >>, dimos giros y giros. Luego fantasmas de bata blanca con estetoscopios al cuello me hacían preguntas que yo no entendía. Caleb parado en la esquina del consultorio me susurraba qué decir. Sus palabras salían de mi boca. Mencionaron lo afortunado que era. Cuando finalmente reaccioné, tenía un sobre con placas de rayos X en la mano. En la pestaña superior decía un nombre “-Caleb Borjo-”. Las saqué para examinarlas, no había un solo hueso roto, nada, absolutamente nada.

–Te dije que era inmortal.- dijo Caleb con una mueca triste en la cara. Me pasó el brazo por el hombro y salimos rengueando del hospital. Tuve otra idea brillante.

El gran gusano naranja brillaba por su perra ausencia cuando volví en mí mismo por millonésima vez en el día. Caleb me preguntó en qué estaba pensando.
–Descarga eléctrica masiva, 750 Volts de corriente continua entrando directamente a tu cuerpo y cerebro. Dudo mucho que sobrevivas a eso- dije en voz alta y observé que algunas personas nos miraban. Caleb me hizo una seña de “Cállate el hocico” y fingí un ataque de tos para generar distracción. Minutos después, la gente se había olvidado de nosotros, todos observan el hoyo del túnel, esperando que su premura hiciera que el tren llegara más rápido, cosa que tal vez sí pasaba.

Miré el reloj de la estación, no tenía hora. Caleb me susurró al oído que tal vez debíamos dar primero un paseo y me señaló con una mirada paranoica a un policía que aparentaba no estar vigilándonos. Subimos cuando el tren llegó.

Adentro del tren me acerqué a la ventana y le exhalé encima, el vaho apareció en ella por el frío; con el índice de la mano derecha, escribí: Is this the real life? Miré por el reflejo de la ventana y el único que apareció en ella, era Caleb, a pesar de que el tren parecía abarrotado. El titilar de las lámparas fluorescentes iluminaba sus rostros que nos miraban con indiferencia, como si sus vistas pasaran a través de ambos.
–Me agrada que entiendas tan profundamente mis motivos.- Me dijo él. –El no tener a nadie, ni a nada a lo que aferrarse. Ni familia, ni amores, ni amigos, hogar, nada.-
Me sentí triste por él. Luego recordé que mi caso particular era el mismo. Yo era un vago, no creía en nadie ni en nada, estaba sumergido en una especie de inanición autoexistencial, una política absurda de ser sin estar, llegar y marcharse apenas alguien me había visto. Lo peor es que lo aceptaba.

Le hice señas y bajamos en la siguiente estación. Una niña vendía dulces en el andén, compré un par y me llevé uno a la boca. Caleb me dijo que nunca le habían gustado mucho los mazapanes, así que escupimos la maldita cosa.

Era de noche ya, bastante entrada, el último tren aún no pasaba, pero la frecuencia había disminuido bastante. Por donde volteaba siempre había algún mirón, algún borracho verde, una cámara indiscreta, un policía, algún vagonero, alguien, siempre alguien en la maldita estación. Tal vez lleváramos horas dando vueltas en el subterráneo. Vi a Caleb lo más triste que jamás lo había visto. –No vamos a lograrlo.- Me dijo. –Ten paciencia y ten fe.- Le dije. Quise abrazarlo pero el deseo se me ahogó en un llanto callado y tonto. Él pareció ver a través de mis lágrimas y se compadeció de mí, me dio un par de palmadas en la espalda. Súbitamente me di cuenta de que nos habíamos quedado solos en el andén. Aproveché para indicarle que nos escabulléramos a la parte final, dónde yo había visto varias veces unas escaleras que bajaban a las vías. Bajamos las malditas escaleras y le dije que tuviera cuidado con tocar nada, sobre todo el riel de hasta arriba.

Nos deslizamos por la obscuridad del túnel, lo suficiente apenas para que se dejara de ver un poco la luz. Estaba húmedo, frío y había cosas que correteaban en nuestros pies. –Yo aquí me regreso.- Le dije. –Cuando el tren venga, asegúrate de estar cerca del tercer riel, de esa manera si no te mata el impacto, caerás directamente a electrocutarte. Buena suerte.- Estreché su mano con fuerza y me volví corriendo al andén, justo a tiempo pues a lo lejos brillaban dos faros. Corrí como un desquiciado hacia la luz, y casi tropiezo con uno de los durmientes. Empecé a oír un zumbido extraño a mi alrededor. Mi cuerpo bombeaba ácido de batería, el corazón intentaba escapar de mí, reptando por mi garganta hacia mi boca, los músculos me dolían, la cabeza me daba vueltas, una arcada de vómito llegó a mi lengua y el zumbido se intensificó. Algo estaba terriblemente mal.
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<<** Estás en un túnel al principio oscuro, pero se va aclarando, de a poco notas que los ladrillos que lo conforman son caras que te sonríen sin dientes, de sus bocas gotea lentamente una espesa saliva flourescente que ilumina cada vez más el espacio. Al final del túnel observas un árbol sin hojas, con brazos que le nacen en las raíces y las cubren. Se mueven en oleadas, como se mueven los peces en los océanos escapando de los tiburones, las ballenas u otros monstruos. Caminas por aquel lugar mientras tu cuerpo se convulsiona, tu lengua escapa de tu boca sin control y te la arrancas con los dientes sin darte cuenta. El ulular de cientos de búhos llena el espacio sonoro. Aquí están todas esas cosas, el pescado frío en el hielo que te observa con el ojo vidrioso, esos torsos que reptan por los techos y las paredes sin cabeza, con agujas en los dedos, las vírgenes desdentadas, los susurros bajo la cama, los fetos con colmillos, una oscuridad tan densa que puedes masticarla en los dientes, como una pasta con sabor a miedo. Sientes cosquilleo en los brazos. Cuando los ves notas a cientos de gusanos devorándote desde adentro, saliendo por hoyos en tu piel, los gusanos tienen cara de bebé y han salido a saludarte; gritan, gritan con pequeños y agudos sonidos que erizan el pelo de tu nuca. El calor de mil soles hierve dentro de tus venas, sólo quieres que el tormento termine, que todo se detenga. Cosa que no sucederá nunca.**>>

Epílogo:
El pasado 21 de Mayo de 2016, se recibió una llamada de auxilio a la línea de emergencia 066 de la Ciudad de México, en ella, la dueña de un motel reportaba a un hombre de aproximadamente 1.85 de estatura, con la cabeza rasurada, la barba desaliñada y un poco de sangre en los labios, había alquilado una habitación, de la cual salió un estruendo como de arma de fuego. Minutos después el ocupante salió a la calle a dar la vuelta. Con los datos proporcionados por la denunciante, se activó la alerta en el centro de comando y control C2-Poniente, donde de inmediato se hizo un cerco virtual para localizar al sujeto que concuerda con la descripción, las cámaras de vigilancia de la ciudad lo ven caminar solo en la calle, moviendo las manos y mirando hacia su lado izquierdo, como si platicara con alguien. Elementos de la Secretaria de Seguridad Pública son enviados al motel, verifican la habitación del sujeto y no encuentran nada, apenas un ligero olor a pólvora. Dejan pasar el incidente.

El 28 de Mayo de 2016, es recibida otra llamada de auxilio, ahora atendida por los operadores del centro de comando y control C3-Norte, la llamada es hecha desde un botón de emergencia, en ella una señora reporta a un hombre alto y rapado con un comportamiento extraño y aspecto inestable, haber entrado al edificio donde vive, al no ser vecino le parece sospechoso, sin embargo su pánico aumenta cuando ve al hombre en el techo del edificio, fumando y aparentando platicar con alguien. Inmediatamente la cámara adjunta del botón de seguridad dirige su atención al edificio. El hombre se acerca a la orilla y se le ve murmurar y murmurar. Después de un rato y con los brazos extendidos el hombre salta del edificio, golpeando en su caída varias ramas de un árbol cercano y aterrizando finalmente en el toldo de un coche, de inmediato una ambulancia es enviada al lugar, el lesionado (que no porta más que una identificación sin foto con el nombre de “Caleb Borjo”) es trasladado a la Cruz Roja más cercana, donde es atendido y valorado. Se le realizan placas de rayos X y no se le encuentran traumatismos graves. Los médicos le dan un pase abierto para la unidad de psiquiatría.

El mismo 28 de Marzo, cámaras del Sistema de Transporte Colectivo Metro, captan al mismo hombre entrar y dar varias vueltas entre líneas, se encuentra completamente solo y cojea un poco de la pierna izquierda. En las grabaciones luego analizadas por la Secretaría de Seguridad Pública, se observa al hombre con el rostro desencajado, los ojos irritados y algunas lágrimas en la cara ir y venir entre líneas del metro durante varias horas. Entrada la noche, en la estación Centro Médico, se observa al sujeto quedarse solo en el andén, lo cual aprovecha para dirigirse al final del pasillo y bajar hacia las vías del tren.

En la grabación se observa al sujeto tirar un sobre médico lleno de placas para luego internarse en la oscuridad del túnel, justo unos minutos antes de que el tren llegue a la estación. Su paradero actual sigue siendo desconocido.

domingo, 5 de febrero de 2017

Confesiones del adicto.


Soy adicto a los alcaloides, a las piernas largas y a los culos grandes.
Un adicto a la certeza de la derrota y a la alegría de la victoria.

Soy adicto al humo y al olor del café por la mañana.
Soy adicto a los besos y a las mordidas, adicto al control, al caos y a las despedidas.
Soy adicto a la destrucción y a la locura, a las malas mujeres, a los grandes amigos y a la persecución constante de algo mejor.
Soy adicto a la gente buena, a caminar sin rumbo, a conocer otros lugares.
Soy adicto a la vida, al amor y al terror. Soy adicto al odio.
Soy adicto al fuego y siempre quiero incendiarlo todo.
Soy adicto al desvelo, a lo ilegal y prohibido, soy adicto a pensar y repensarlo todo
Soy adicto a cuestionar, soy adicto a dormir, soy adicto a soñar.
Soy adicto a las chichis, a la comida, a la bebida, a las subidas y a las movidas.
Soy adicto a ver pasar la vida frente a los ojos y a traficar con las nubes, soy adicto a la tristeza, a la furia y a la agonía perpetua de intentar ser o no ser.
Soy adicto al miedo, al coraje y a generar sensaciones con las palabras. Soy adicto a la buena música, a reír hasta llorar y a escribir para sanar.
Soy adicto a amar de noche y a olvidar de día. Soy adicto a la buena suerte y a retar a la muerte, adicto a ser, con la cabeza herida y el corazón dentro del puño cerrado.
Soy adicto a entregar mi bufonería, mis huesos y mi talento. Adicto al sonido del silencio. Adicto a la mala conducta, a la buena vida, a correr en los sueños y a vivir con anhelos
Soy adicto a la lectura, a las mujeres mayores, a las rubias y a las negras, soy adicto a la carne y a diferentes alcoholes, terpeno-fenoles y también a muchos dolores.
Soy adicto a la pereza, a la bondad y la miseria, a las historias cortas de tiempos imprecisos, al olor de las rosas, al calor de los días, a las noches congeladas
Soy un adicto, un toxicómano envilecido y enternecido.
Cuando aspiro, respiro el suspiro de todos los seres que existen y han existido.
Todo es parte de lo mismo, añicos de átomo, fotones que viajan a millones de kilómetros luz de su origen.
palabras viejas, ideas frescas
Materia que se aglomera en forma de vida nueva.

jueves, 30 de junio de 2016

Notas sobre la avaricia de contar mejor.


Notas sobre la avaricia de contar mejor.

Algo me pasa con las historias que llaman mucho mi atención. He de confesar que a veces puedo ser un tacaño de primera, sobre todo con las palabras (probablemente algo relacionado con mis antepasados; ustedes saben, esa atribución de avaricia y codicia que se le cuelga al judaísmo en el inconsciente colectivo, como obedeciendo a los arquetipos de Jung, de pronto soy una nariz que lo que más anhela es la economía del lenguaje.)

Y bueno ¿Como es que generamos la codicia? Codiciamos lo que vemos todos los días, y si nuestros ojos no se pasean por esa motocicleta que tiene aquel pendejo,<<que bonito ruge.>>, lo hacen por esa camisa desabotonada que usa este otro <<que bonito color.>>, <<que verga tatuaje.>>, por el aparente éxito de este <<hijo de puta, se tituló en 2 meses y ya entró a la maestría en Uruguay. >>, por la mujer de aquel, <<madre mía, es todo culo y tetas.>>, por el trabajo de unos <<ese mierda no hace nada y gana el doble que yo.>> y por la flojera de otros <<míralo como duerme con toda la facilidad del mundo, ojalá yo pudiera dormir así.>>

Pero ¿como se genera la avaricia de las historias?
No sé. Yo abro casi cualquier libro, cuento o artículo y sé casi inmediatamente como será mi ritmo de lectura con dicho texto en particular. Los hay pesados, cíclicos e inentendibles, como ir en una pesada bicicleta holandesa, con un solo piñón y con las llantas bajas en una subida. Cansado, fatigoso, los personajes o los argumentos son ininteligibles, las atmósferas poco impactantes, los diálogos sosos, la retórica vulgar y simplona. Casi siempre les doy carpetazo enseguida.

Luego existen estas historias que uno aguanta porque se caen y se levantan, te tienen a media asta, te prenden, te apagan, las dejas unos meses, regresas a ellas, y al final terminas apresurándolas porque sientes la necesidad y el compromiso moral de llegar hasta el final. Son comparables a la pizza que lleva 4 días en el refri, básicamente es mejor que quedarse con hambre, aunque todos sabemos que está mal. Es como el sexo mediocre con alguien que ni te gusta tanto, lo empezaste, no te encantó y piensas <<bueno, ya invertí en este pedo tiempo y dinero, hice el esfuerzo, lo conseguí y tal vez si me gustó un poco.>> así que lo mejor es terminar. Al final ambos (lector y libro) terminan dándose las gracias de una manera un tanto incómoda y cada cual agarra su camino, sin embargo en tu inconsistente está decidido <<No vuelvo a entrar ahí>>

Luego están los textos muy cabrones, esos que son como una pelea entre lector y escritor. Sientes el aliento del autor en su voz, te atrapa como un aliado y te hace girar y girar con él. Me pasa que los empiezo y sin darme cuenta en poco tiempo voy a la mitad (es en este punto dónde se prenden mis focos rojos)
<<En la madre, llevo un día con este libro y ya le avancé un tercio>> ahí es cuando me asusto, donde tengo este ataque de tacañería y envidia.

Mientras más disfruto una lectura, más crece el sentimiento de que pronto se terminará, llego incluso a botar el libro en el escritorio y el pobre libro me mira como suplicante, desamparado y en mi cabeza solo reina la idea de que debo disfrutarlo más despacio, y sin embargo a veces no puedo parar. Me siento como esos adictos que intentan fumar de a poquito, sabiendo de antemano que su reserva va a marcar cero pronto. Como esos niños gordos (de los que fui y seré parte siempre) que se chingan 2/3 del chocolate en dos mordidas, pero intentan apenas lamer de a poquito el último tercio, para que el placer les dure más, y sin embargo no pueden. La codicia se apodera de mí cuando en dos o tres páginas leo una historia sólida, con un final inesperado, acá están los Chinaskis, los Keret, los Palahniuk, los Bolaño, los Sainz, los Velasco, los Cortázar, los Rulfo, los Poe, los García Márquez.

Cuando experimento esa sensación de que algo adentro de mí se movió, que algo se inflama o se quema, volteo a mi alrededor y todo parece seguir igual, en el metro, en el camión, en mi cuarto, en la escuela, quisiera gritar, salir corriendo, quitarme la ropa; quisiera sarandear a la banda cercana y decirles lo muy cabrón que se siente todo desde que leí lo que acabo de leer, invitarlos a que toquen una leve nube y se eleven hasta dónde yo pude por unos momentos breves tener sapiencia e iluminación. Pero jamás lo hago. Me limito a mirarlo todo con los ojos muy abiertos, en silencio, mientras mil pensamientos le dan vuelta a mi cabeza en un segundo.

Por otro lado, un mezquino y pequeño gnomo en mi oreja me reprocha que a mí no se me ocurren ideas así de geniales, que en mi cabeza no haya gigantes alados, cuervos terroríficos con un sólido "Nunca más", morras que se convierten en hombres gorditos y peludos de noche, con las que uno puede ser feliz. El gnomo me reprocha que no sea capaz de contar de la manera en la que ellos cuentan. Simultáneamente otra vocesilla en la otra oreja me dice "Reláaaaaajate viejo. Aprende, aprende de los maestros." 

Estas historias siempre tienen la virtud de que no importa cuántas veces las lea, y re-lea, siempre hay algún sabor nuevo, una idea que no caché la lectura pasada, un hilo o una pista que encaja con algún momento de mi vida.

Creo que la motivación principal de intentar contar una historia es esa, transmitir un sentimiento, generar un cambio en el lector, retarlo, sacudirlo, darle el sentimiento de plenitud y vacío máximo, cambiar la manera en la que ve el mundo, para que de alguna manera, él termine por cambiar su propio mundo y al mismo tiempo, cambie el de todos.

Esa creo que es realmente la economía del lenguaje, la avaricia de la palabra.

Quiero decir más escribiendo menos.

Narrativa cuántica. Bohr vs Einstein.



En la década de 1930 inició un debate sobre mecánica cuántica, la rama científica que estudia los bloques más pequeños que conforman la realidad. Los debatientes, dos de los más grandes científicos, Albert Einstein (del lado "anti-cuántico") y Niels Bohr (del lado cuántico) So, resumen.

Einstein por un lado defiende la idea del orden, que toda la materia en el universo es, fue y será siempre constante, aunque relativa para el observador. Bohr y los cuánticos dan a entender que la materia y su comportamiento depende de que esta sea medida, pues cuando un átomo no es observado y cuantificado, puede cambiar, estar en un lugar diferente, con posibilidades infinitas, dicho de manera breve, nadie puede medir todas las constantes que definen a la realidad al mismo tiempo, lo cual crea inestabilidad e incertidumbre (finalmente real). Esto molestaba a Einstein, pues para él la realidad debería ser objetiva, independientemente de si alguien la estudiaba, dijo alguna vez que le gustaba pensar que la Luna siempre permanecía en su lugar, independientemente de si él o nadie la estaba observando.

Entre dimes y diretes un día Einstein le dice a Bohr "Dios no juega a los dados", implicando que no creía que los átomos fueran guiados por la incertidumbre hasta que alguien los mirara. A lo que Bohr (en una de las respuestas más cabronas que creo que alguien pudo haber dicho, NUNCA) le responde "Deje de decirle a Dios que hacer con sus dados." ¡BOOM! a la esquina a pensar lo que dijiste.

Einstein, sereno como siempre guarda un argumento genial. En 1930 en el congreso de Solvay plantea un experimento mental que implica una caja, de la que sale un solo fotón en un momento determinado, dicho momento es medido con precisión. Ahora, ¿cómo saber la energía del fotón que escapa de la caja? Piece of cake, BITCH, si la materia es igual a la energía, y conocíamos la masa de la caja en el momento justo antes de que salga el fotón y la conocemos el momento justo después, obtendremos la masa del fotón per se, por lo tanto su valor energético. ¿Hasta ahora vamos bien?

Bohr, con la cabeza echando humo se aferra a que debe existir un fallo, una grieta en la lógica de Einstein, acostumbrado a la lógica de la cuántica, que a mi parecer más bien funciona como una para-lógica, más caótica, más impredecible. Ambos salen del edificio caminando juntos, Einstein muy calmado, con una sonrisa ligeramente irónica en los labios y Bohr caminando a pasos largos a su lado, ligeramente histérico, bullente de ideas, lleno de excitación.

La contrarrespuesta de Bohr, (bastante bien pensada) decía que no se podría medir con completa certidumbre la masa de la caja, pues para ello habría que usar una balanza, que a su vez estaría sobre una mesa, que estaría en una habitación, que estaría en algún edificio, que estaría en algún muelle. de alguna ciudad, de algún país, en alguna parte del mundo. Sin poder medir la oscilación de todos estos elementos cambiando constantemente, sumado a que la apertura de la puerta no podría ser instantánea, era imposible conocer la masa de la caja. Volvíamos nuevamente al principio de la incertidumbre de Heisenberg. Nuevamente había una luz al final del pasillo del caos.

A partir de todo ello, aún antes de saberlo, diario tengo una discusión interna, mi propio Niels Bohr mental me grita que la lógica ya no basta y eso me molesta, todos nosotros los estúpidos átomos podemos hacer lo que queramos mientras no se nos observa, comprar un hacha, asesinar a un inocente, comer carne humana, mentir, robar, fabricar explosivos en casa, destruir, destruir destruir...

O bien podríamos ir a la escuela, ser buenos novios, amigos, vecinos, individuos, educar un perro, crear una obra maestra, mirar el cielo, perder el tiempo...
perder el tiempo...
perder el tiempo .

Einstein pudo establecer que el tiempo es relativo, pero falló al ver que toda la realidad lo es también, por eso reina la incertidumbre, por eso todo es una masa de posibilidades que se concreta mientras la observamos.
¿Somos lo que hacemos, lo que pensamos y también actuamos?
¿Somos partículas en colisión perpetua?
Y si las posibilidades son infinitas, ¿cuál es la probabilidad de que en este mundo caótico, otra vez y otra vez y otra vez se repita la misma historia?

Obsesivos días circulares.
Noches de iluminación prematura.
Días tan brillantes que provocan ceguera, dónde todo es lechoso, intangible.
Noches tan oscuras que lo único que queda es suponer que todo lo que no ves, si existe.

Al final Einstein dijo algo como que había variables ocultas que la teoría no consideraba, no por omisión ni por exclusión, si no porque no las conocemos pero, si se descubrieran e incluyeran, demostrarían que hay una realidad absoluta y cognoscible.

Hay una certidumbre real y tangible allá afuera, que también es aquí adentro. ¿La veré algún día?
Un pequeño Einstein dentro de mi cabeza me repite siempre "Siente que tienes la verdad frente a los ojos."

Tranquilo.
"Como es arriba, es abajo."

No podemos conocer el Universo de manera absoluta y completa.

"No podemos ver el color del cántaro, porque estamos dentro de él."